20/11/16

hombres

Estoy en el tren de vuelta a casa tras un fin de semana de gira con Ángel Stanich. Delante de mí va sentada una chica leyendo. Va a sentarse a su lado un chico joven, guapo, algo pijo, con un ligero e indeterminado acento (argentino quizá) que trata a la chica con cierta familiaridad. En un primer momento parece que viajan juntos, pero luego le escucho hablar a él. Y ni mucho menos.

-Hola ¿Cómo estás? ¿Puedo sentarme aquí? Gracias. ¿Dónde vas?

-A Santander -responde ella.

-Ah, a Santander... A ver a tu novio, o tu... Lo que sea, imagino. Yo conozco a gente en Santander. Sí, porque, aquí donde me ves yo soy abogado...

A estas alturas resulta evidente que, a pesar de sus iniciales buenos modales, el chico está borracho. Tras un breve e incómodo monólogo que apenas consigue sacarle a ella una risita nerviosa, la pregunta clave.

-¿Te puedo dar un beso?

-No -responde ella nerviosa.

-Sólo un beso, en la mejilla, nada más.

-No, por favor -ahora está realmente asustada.

A algunos de los pasajeros empiezan a incomodarnos el volumen de voz y la actitud evidentemente ebria del chico, pero nadie interviene. Sólo otro pasajero sentado a mi lado (un hombre con aspecto de boxeador búlgaro) y yo prestamos visiblemente atención a la escena. El chico se levanta y se pone a hablar con una pareja de ancianos que se sientan al otro lado del pasillo.

-Hola, buenas tardes. ¿Dónde van ustedes?

-A Santander también -La señora está encantada de que un chico de buena educación y mejor presencia les dé conversación.

-Ah, qué bien. Yo conozco a mucha gente en Santander... Pero, ¿saben? La chica me ha gustado. Me ha gustado mucho. Pero ella no quiere, no hay...

-No hay ligue -completa socarrón el anciano.

-Eso es. ¿Qué tengo que hacer? ¿Ponerme de rodillas? ¿Recitar versos de José Zorrilla? -coge de la mano a la chica.

-No, por favor, suéltame.

-Yo suelo tener muy mala hostia, ¿Sabes? Pero hoy... Hoy no.

Se acabó. No pienso soportar esto ni un minuto más. Saco el móvil, lo coloco expresamente delante del chico y le hago una foto.

-Eh, ¿qué haces? ¿Por qué me haces una foto?

-Para poder demostrar, si le pasa algo a la chica, que antes estuvo hablando contigo -respondo yo. Nos cruzamos una mirada llena de odio mutuo.

-¿Por si le pasa algo? ¿Por si la violo o... O la descuartizo o algo así? -Se ríe.

-Eso es.

-Borra esa foto ahora mismo. Quiero que la borres, ¿me has oído?

En ese momento el boxeador búlgaro, que lleva ya un buen rato mirando al chico de forma muy amenazante, no puede evitar intervenir.

-Oye, sientate ya, o te siento yo. Que ya me estás tocando los cojones.

El chico le mira, estupefacto. Luego me mira a mí de nuevo.

-¿Qué vas a hacer con esa foto? No te hagas pajas con ella, ¿eh? -vuelve a mirar al boxeador, que está ya listo para intervenir físicamente.- Pero... ¿Qué pasa? ¿Es que sois todos maricones aquí o qué?

En ese momento pasa entre nosotros una señora que iría al baño.

-¡Disculpe! ¿Trabaja usted aquí? ¿Puede traerme una cerveza? -La señora huye del chico como si hubiese visto una culebra. Él vuelve a mirarnos al boxeador y a mí, completamente aturdido. Se da la vuelta y se va a otro vagón. Me acerco a la chica.

-¿Vas hasta Santander?

-Sí, pero hago transbordo en Valladolid.

-Yo también me bajo en Valladolid. Si quieres me bajo contigo, por si vuelve.

-Gracias -ella me mira con una mezcla de rabia contenida, tristeza y una gratitud sincera pero amarga. No volvemos a ver al chico.

He leído y pensado mucho estos meses sobre ese asunto tan presente (a saber por cuánto tiempo más) en la agenda setting de los medios que es el machismo. He pensado en escribir acerca del tema desde el único punto de vista con verdadero conocimiento de causa que tengo: El del daño colateral del hombre feminista acusado por las tertulianas y los tertulianos de ser el problema sólo por ser hombre. Es un daño menor que asumiría con gusto si ayudase a eliminar el miedo de las mujeres, independientemente de si la causa son los hombres (así en general), una educación romántica para princesas desvalidas y machos alfa o una viciosa combinación de un número importante de gilipollas e hijos de puta y una cultura del miedo fomentada en todos los ámbitos de la vida por esos medios en los que los tertulianos opinan.

Pero ¿para qué tratar el tema desde una óptica menor cuando no es extraño vivir situaciones como esta? Asumamos por un momento que sí, que los hombres somos el problema. Entonces podemos (y debemos) ser también la solución. Y no porque la caballerosidad dicte que tenemos que salir al rescate de las damiselas en apuros. Lo que menos necesitan las mujeres son más caballeros andantes. No, se trata de algo mucho más sencillo: Intervenir para frustrar episodios de machismo es un deber cívico ineludible.

Ya sé que no sois unos acosadores. Pero por favor, no seáis tampoco pasajeros silenciosos y cobardes en ese tren.

2 comentarios:

  1. impresionante testimonio!!! bravo Alex!, esa es la actitud,empatía y solidaridad con cualquiera a quien veamos en situación de riesgo, cualquier que sea el tipo de éste...

    ResponderEliminar
  2. " Vinieron a por mi vecino de al lado q era homosexual, como yo no lo era, no hice nada. Se llevaron a los q vivían al final de la calle q eran gitanos, como yo no lo era, no hice nada. Desapareció el librero, como yo no lo era no hice nada. Una noche despertaron y metieron en camiones a los judíos, como yo no lo era, no hice nada.
    Ahora vienen a por mi y ya no hay nadie que pueda decir algo". Versión libre.

    ResponderEliminar